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El melón robado



Cuando tenía 6 o 7 años, le robé un melón al verdulero del barrio donde mi madre compraba cada día y de fiado hasta fin de mes.

Cuando llego a casa corriendo con el melón sostenido como podía, mi madre me preguntó de donde lo había sacado. Le mentí diciendo que Don Eduardo me lo había regalado. Mi vieja me miró, me hizo agarrar el melón nuevamente, me agarró de las patillas y me llevo de puntas de pie hasta la verdulería. Llegamos y le preguntó a Don Eduardo si era verdad que me había regalado el melón. El viejo me miró, sonrió y esa fue mi SENTENCIA.

Mi vieja (aunque viejos son los trapos) me hizo pedir perdón, puse el melón en el cajón y ella también le pidió perdón a don Eduardo... me volvió a agarrar del pelo y volvimos a casa (yo caminaba en el aire). Una vez en casa, cara a cara me condenó: nada de televisión (había 3 canales) y nada de salir a jugar, ni amigos en casa por una semana. (sin contar los 3 o 4 chirlos y tirada de oreja).

Mi esperanza era que mi viejo al volver de trabajar fuera mi abogado y negociara una reducción o eliminación de la condena. PERO NO! No sólo ratificó la condena si no que fue conmigo a la verdulería y nuevamente me hizo pedir perdón, y él mismo también lo hizo, pero además le pagó a Don Eduardo el melón que nunca se llevó.

Cuento esta anécdota porque sin duda nada justifica no educar a tu hijo por el hecho que sea y puedo asegurar que esta anécdota me enseñó algo que hasta el día de hoy agradezco.

Tomado de Facebook

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