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Feliz año nuevo !!!

La hazaña del Globo "El Huracán"


Un 28 de diciembre, pero de 1909 Jorge Newbery realizó su travesía más apasionante, cuando salió desde el barrio de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires, y llegó hasta la ciudad brasileña de Bagé. En el globo al que llamo “El Huracán”, Jorge Newbery batió el récord sudamericano de duración y distancia: 550 kilómetros en 13 horas, para unir Argentina, Uruguay y Brasil. Para la época fue una verdadera hazaña. Dicho hecho fue el que inspiró el distintivo de nuestro querido Club y el que decidió que se adoptara como símbolo el “Globo Huracán”. La autorización de Newbery llegó en febrero de 1911, en una carta dirigida al Presidente del Club Atlético Huracán en ese momento, Don José Laguna. En mayo del mismo año, la Comisión Directiva del Club designó socio honorario a Jorge Newbery y luego lo convirtió en el primer presidente honorario.

Cuando el club alcanzó la categoría más alta del fútbol argentino (1914), se le envió un telegrama que decía:

“Hemos cumplido. El Club Atlético Huracán, sin interrupción conquistó tres categorías, ascendiendo a primera división, como el globo que cruzó tres repúblicas”.



Prensa Huracán
“La grandeza hecha pasión”

El fin - Jorge Luis Borges


Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…
Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluímos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.



Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899–Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento universales y que ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo

Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.

Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía.
J.L.Borges

ESPERANZA EN LOS DÍAS QUE VIENEN

ESPERANZA EN LOS DÍAS QUE VIENEN

Augusto Tamayo Vargas

Yo tengo el corazón puesto sobre el futuro.

Puesto en los hijos que de mis hijos vengan.

Puesto en el corazón de los que vengan luego.

Puesto en los miles que han de venir mañana.



Tengo puesto mis brazos en las calles del mundo.

Puesto en los hijos que de mis hijos vengan.

Cuando vengan hacia la tierra las mieses del aire;

Cuando giren los astronautas en torno de las rosas.



Tengo los ojos puestos en los números del calendario próximo.

Puesto en los hijos que de mis hijos vengan.

Cuando vengan marcando con su ritmo el rojo de las fiestas

Y tengan en sus manos tréboles de diez hojas.



Yo tengo mis pies puestos en el camino del tiempo que se viene

Y he de llegar a verlo!!!


 Augusto Tamayo Vargas nacido el 6 de septiembre de 1914, en Lima, Perú; fue un destacado poeta, narrador e historiador de la literatura peruana. Fue ministro de educación, rector y profesor emérito de la Universidad de San Marcos, decano de la Facultad de Letras de la UNMSM, director de la Academia Peruana de la Lengua, director del Instituto Nacional de Cultura.Profesor por más de treinta años de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la que fue catedrático, decano y rector, es autor de una vasta obra literaria e histórica, y recibió innumerables condecoraciones, distinciones y homenajes de gobiernos extranjeros, de la Municipalidad de Lima, de instituciones internacionales y de universidades de muchas partes del mundo.Nacido en Lima el 6 de septiembre de 1914 de doctoró en Literatura en 1937 en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1940.En 1964, fue electo Decano de la Facultad de Letras de la Universidad San Marcos, siendo declarado Catedrático Emérito.Miembro de la Academia Peruana de La lengua y después Presidente en 1982. También fue Presidente de la Sociedad Boliviana del Perú en 1966; Ministro de Educación del Estado Peruano en 1969; Miembro de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú desde 1969 hasta 1974. Director de la Crónica de 1980 a 1984; Director General del Instituto Nacional de Cultura (1984). Falleció el 6 de mayo de 1992 en Lima.

Vienen por todos


"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí" 

Esta cita frecuentemente se atribuye a Bertolt Brecht , siendo parte sin embargo de El Camino; obra de este último.
La cita original se reproduce aquí abajo y corresponde a un texto de Martin Niemöller (Lippstadt, Renania del Norte-Westfalia, 14 de enero de 1892 – Wiesbaden, Hesse, 6 de marzo de 1984) quien fuera un pastor luterano alemán.

 «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar.» 

La fuente original es el poema "Cuando los nazis vinieron...", que trata acerca de las consecuencias de no resistir las tiranías en los primeros intentos de su establecimiento. El orden exacto de los grupos y las palabras están sujetas a disputa, ya que existen muchas versiones, la mayoría transmitidas oralmente. 
Martín Niemöller, su autor, menciona que no se trataba originalmente de un poema, sino de un sermón en la semana santa de 1946 en Kaiserslautern, Alemania cuyo título era: “¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”.


El tiempo ha transcurrido pero este mensaje no deja de ser valioso cada día más. En la Argentina actual muchos adaptan su contenido a los tiempos que corren con textos como el que sigue:

Primero vinieron por los fondos de los jubilados, pero como yo no era jubilado, no me importó.
Después vinieron por el campo, pero como yo no era campesino, no me importó
Luego vinieron por los empresarios, pero como yo no soy empresario, no me importó.
Más tarde vinieron por los jueces, pero como yo no era juez, no me importó.
Después vinieron por los Medios, pero como yo no trabajaba en ninguno, no me importó.
Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde...

Hoy más que nunca debemos recordar que el "no te metás" es lo que en más problemas nos mete.

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