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Robando La Gioconda


La Gioconda es sin dudas, el cuadro más valorado del mundo. El hecho lo debe fundamentalmente a su fama y a su aun más famoso autor, pero también hay que reconocer que es el cuadro más estudiado, sobre el que más tonterías se han dicho, el más enigmático y según algunos amigos que lo han ido a ver en el Museo de Paris, el más difícil de contemplar, por los codazos y empujones de los turistas.
La Gioconda es también, por ahora el más difícil de robar, porque cuenta con un sistema de seguridad único en el mundo, diseñado exclusivamente para el, en una sala enorme y exclusiva, con iluminación especial, vitrina con climatización propia y un cristal antibalas, casi antimisiles.
Pero no siempre fue así. 
En 1911 lo afanaron. 
Lo recuperaron el 12 de diciembre de 1913, en Florencia. 
El autor del robo fue el italiano Vincenzo Peruggia, un carpintero del Louvre que salió pancho del museo con la tabla debajo de su bata de trabajo. Lo hizo por patriotismo. 
Pero “ndo faltai boi jagua carrerajape”… Nunca falta un perro en las carreras, diría mi cumpa. No podría ser de otra forma.
Peruggia fue el autor material del robo, pero el que planeo el hecho fue un argentino que le enroscó la víbora al italiano diciéndole que si don Leonardo era italiano, si la dama era italiana y si el cuadro se pintó en Italia, ¿qué diablos hacía La Gioconda en París?
Eduardo Valfierno nació en 1850, en Buenos Aires. Hijo de ricos, en su juventud, llevó un estilo de vida de lujos y derroches, con lo que prontamente despilfarro la fortuna que heredó de su padre. Cuando se le acabaron los morlacos para continuar con su estilo, vendió los objetos de arte y antigüedades que habían pertenecido a su familia. 
Allí aprendió el oficio y argentino al fin, comenzó su vida delictiva, al descubrir que sus clientes estaban dispuestos a comprar obras de arte robadas. 
En uno de sus regulares viajes a Francia, a dónde se hacía llamar Marqués de Valfierno, conoce a Yves Chaudron, un artista que se dedicaba principalmente a falsificar pinturas del Renacimiento. 
Lo demás es tan obvio que hasta casi no vale la pena contarlo: El hijo de estas pampas, le encargó al virtuoso de la falsificación seis Giocondas, de tal manera que cuando el italiano consumó el robo, el argentino vendió seis copias a otros seis distintos magnates haciéndoles creer que compraban la auténtica, la robada. 
La jugada fue redonda, porque el argentino se embolsó unos 60 millones de dólares y los que habían comprado las seis falsas Giocondas no pudieron denunciarle.

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