Por Roberto Leiva

El Bajo Flores guarda una de las más inquietantes historias de fantasmas. Todo el mundo sabe que su vigencia trasciende a la existencia del propio personaje que la anima y que de hecho sembró el terror entre los vecinos durante varios años. Es por esa razón que en la actualidad nadie se atreve a negar las apariciones de Belek. Tampoco fue olvidado su sanguinario trajín durante la década del 70, cuando era considerado un ser dotado de poderes maléficos. Hay quienes todavía se preguntan qué fue lo que sucedió con aquel enano húngaro que un día se convirtió en vampiro y a quien se lo responsabilizó de una sangrienta matanza de animales. Desde entonces el misterio creció de la mano del miedo, porque dicen que el pequeño Drácula se alimentaba con la sangre de perros y gatos callejeros, cuyos cadáveres desollados abandonaba en los jardines y en las veredas. Cuentan que Belek habitaba una casona abandonada sobre la calle Recuero, casi esquina Castañón, las 14 por El enano se caracterizaba por la continua matanza de animales. y que su horrible faena se extendió más tarde hacia otras mascotas domésticas, lo que generó zozobra entre los vecinos, a punto tal que algunos propietarios resolvieron mudarse y huir lo más lejos posible de la terrible amenaza. Aunque esto ocurrió hace varias décadas, cuando la sombra del terror se paseaba cada noche por las calles del barrio, la sensación de peligro aún perdura y en Flores muchos sostienen que la imagen fantasmal sigue acechando a los animales que se acercan al cementerio.
Latente amenaza
El tiempo ha pasado, pero todavía hay casas que conservan la ristra de ajo a un lado de la puerta. Cuando alguien pregunta el porqué, la mayoría prefiere responder que es para atraer la buena suerte, aunque en realidad existiría una consigna secreta que prohíbe mencionar el verdadero significado de esa especie de exorcismo. Se dice que hasta hace muy pocos años los vecinos llevaban crucifijos en los bolsillos para prevenirse de los ataques del vampiro.
Escapó de la red
Respecto de uno de los contactos más cercanos que mantuvieron con él, los antiguos pobladores del Bajo Flores cuentan que, luego de comprobar los estragos y matanzas, una noche de invierno un grupo de hombres logró cazar al enano vampiro. Se unieron en el coraje y, al seguir sus pasos, lo atraparon en las proximidades de la estación de tren. Recuerdan que habían preparado la trampa con la red de un arco de fútbol, pero el muy bandido se les escapó por un agujero de la malla descosida.
Aquel extraño ser medía menos de cincuenta centímetros, tenía cabeza ovalada con cabello rizado de color rojizo y se movía con mucha rapidez. Desde aquella noche nadie pudo acercársele a menos de cien metros.
Escapaba corriendo al ver que alguien intentaba aproximarse y, con gran agilidad, trepaba los muros del cementerio. Aunque el si- guiente dato parezca extraído de una novela de terror, en la actualidad hay personas que aseguran que un ser de las mismas características suele aparecer por la noche en las cuadras que rodean el viejo campo santo. Pero lo más increíble del caso es que hasta sospechan que el pequeño monstruo continúa haciendo de las suyas. “Todavía está allí”, expresó temerosa una joven vendedora de café. Nos contó además que en diciembre pasado lo vieron correteando entre las tumbas, emitiendo quejidos y orinando contra la pared de las bóvedas. Ella cree que Belek continúa ace- chando a los incautos que aún no creen en vampiros.

Vecino de Drácula
Un día de enero de 1970 llegó a Buenos Aires el Circo de los Zares, compuesto por un grupo de artistas de origen prusiano que venía de cumplir una extensa gira mundial para afincarse durante algunos meses en nuestra ciudad. El enano Belek era uno de los integrantes de la compañía y, según los relatos de la época, provenía de los Cárpatos, la misma zona donde había nacido el conde Drácula. Pasaron varios días de funciones y todo transcurría con normalidad hasta que Boris Loff, el dueño del circo, presenció una escena horripilante en la jaula de los monos. El pequeño empleado se había abalanzado sobre uno de los simios con intención de succionarle la sangre. Refieren que la Mujer Barbuda y el Hombre Bala fueron testigos de aquella atrocidad: el vampiro se hallaba prendido del cuello de Vera, una mona tití de cinco años. Pero el ataque no llegó a concretarse y el vampiro fue retirado de la carpa y lanzado a la calle por el propio patrón del circo. Desde ese día comenzó a vagar por la ciudad y, luego de varias noches de merodear sin cobijo, lo vieron saltar el tapial de la antigua casona de Flores. Explican que desde ese momento se refugió en ese lugar y jamás se dejó ver durante el día.

Guarida del vampiro
El fantástico relato que iba a alimentar el mito de Belek, el enano vampiro, comienza precisamente en esa vivienda deshabitada. Para muchos el verdadero horror se desató cuando llegó a ese lugar: sus primeras víctimas fueron los gatos, luego los perros vagabundos y, con el correr de los meses, muchas mascotas del barrio comenzaron a desaparecer misteriosamente.
La casa que el enano había elegido como escondite tenía aspecto de castillo embrujado y ninguno de los vecinos se había animado siquiera a asomarse hasta que una tarde uno de los chicos que jugaba en la vereda de enfrente descubrió una espantosa escena: en el espacio que alguna vez ocuparon los jardines de la casona yacían destrozados varios animalitos. Se supo después que habían sido víctimas de un depredador y por esa horrible faena responsabilizaron al enano Belek. En ese mismo sitio encontraron días después las osamentas de todas las mascotas que habían desaparecido.

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